La Lengua Madre de la Memoria

por Diego E. Suárez

“Lengua madre”, de María Teresa Andruetto. Buenos Aires: Mondadori, 2010.

Lengua Madre narra la historia de una transformación en la encrucijada de tres arquetipos generacionales: Julieta, Julia y Ema (hija, madre y abuela, respectivamente), víctimas, cada una a su modo, de la última dictadura militar en nuestro país. La transformación se opera sobre Julieta, que pasa de la ignorancia al conocimiento gracias a la lectura de unas cartas que le legara su madre y que fueran enviadas y recibidas furtivamente mientras Julia se encontraba insiliada en el sótano de una casa en Trelew. Yendo y viniendo del pasado al presente, Julieta une las piezas de un rompecabezas hecho de frases, dibujos infantiles y fotografías; el cuadro cubista de su propia identidad, pero también el de una identidad colectiva, pues “recorrer las cartas es recorrer (…) un pasado no sólo suyo, sino también de su familia y de su tierra”.
Julia y Julieta fueron criadas por Ema en un pueblo del interior de Córdoba; más que madre e hija, ambas son dos hermanas que tuvieron que vivir separadas. Por eso Julieta es “una hija que hace nacer a la madre de entre unos papeles, unas cartas”, pero no la crea a su imagen y semejanza, sino como reflejo invertido: Julieta, esa mujer escéptica, individualista, liberal y desencantada, que ama y odia su país, es hija de una madre políticamente “comprometida”, idealista, militante, hija a su vez de una madre abnegada, autora de la mitad del corpus epistolar y esposa de un tal Stefano, emigrante de Italia (y de otro relato). Al finalizar su recorrido por ese pasado individual y social, privado y público, Julieta será devuelta al punto de partida con más interrogantes que al comienzo, pero fortalecida por las sucesivas revelaciones y mejor plantada en el mundo (de hecho, el nombre de su madre significa “la de raíces fuertes”).
A diferencia de la lengua materna -primera lengua que una persona aprende-, la lengua madre es aquélla que constituye la base de otras lenguas. En una época de amnesia e ignorancia institucionalizada, Julieta se toma el trabajo de reaprender su lengua materna recobrando la Lengua Madre de la Memoria.
(Detrás de todo gran narrador siempre hay un gran autor, y Andruetto sabe como pocos hacer del efecto de realidad un encantamiento. No importa si los hechos y los personajes narrados han existido o no en la realidad; ahora existen de manera patente en el papel y la autora tuvo el coraje suficiente como para darles vida confirmando un claro compromiso de “desbanalizar” el quehacer literario. Si algo debemos admirarle, y por qué no agradecerle, a la autora es su capacidad para internarnos en un “bosque de símbolos” mientras ella crea entorno a nosotros una serie de ilusiones verosímiles que indagan profundamente en nosotros como argentinos, pero sobre todo como seres humanos).