Acerca de Lengua Madre M. T. Andruetto
-mayo 2010- Marcela Melana
Sin lugar a dudas, hablar de Lengua Madre implicará hablar de la lectura. No solo de mi lectura sobre esta novela que me resultó entrañable, sino también de la lectura como eje que organiza el relato. Como dice Teresa Andruetto, la protagonista realiza “un viaje a bordo de una caja” que contiene las cartas que le ha dejado como herencia su madre y en el recorrido- hecho a través de la lectura de esas cartas-, no solo trazará un itinerario personal sino también, colectivo y epocal.
Julieta, una mujer de unos treinta años regresa al país tras la muerte de su madre; y al hacerlo concreta lo pactado con ella un tiempo antes: leer las cartas que ésta dejaría acomodadas en una caja. Las cartas pertenecen, en especial, a los años en que su madre estuvo escondida en un sótano a raíz de persecuciones políticas durante los años 70. De este modo, mediante la lectura reconstruye su mapa familiar pero al mismo tiempo recompone un mapa tan importante como aquél: el de una etapa de la historia argentina signada por la intolerancia y la violencia: la dictadura de 1976 y el de los años posteriores con el advenimiento de la democracia.
Se constituye así una novela epistolar – si me lo permite la autora- que sigue un camino trazado por la disposición de las cartas dentro de la caja según lo determinado por Julia, la madre, hasta llegar a la última-la del fondo- pero que en muchos casos ese camino se vuelve aleatorio, zigzagueante cuando la protagonista decide releer como conjurando la constatación de algunas huellas, marcas dejadas por otras mujeres en las que se reconoce y con las que recompone el entramado de su infancia, y de su vida en general. Al comienzo, dice el narrador siente que “la lectura de las cartas es ya el centro de su vida, el cause de una historia que no puede ignorar”(96). Me parece que teje y desteje lecturas, va y viene por las cartas así como va y viene por algunos espacios de la Patagonia y de la llanura argentina, espacios que intenta recuperar como propios al igual que los recuerdos.
Es notable la organización que la autora le confirió al texto, de modo que nosotros como lectores asistimos a la lectura que hace la nieta de las cartas escritas por la abuela, dirigidas a su hija cuando ésta era joven, algunas incluso anteriores al nacimiento de Julieta. Es decir, encontramos tres generaciones de mujeres unidas por la escritura y la lectura constituyendo su subjetividad, modelando su identidad femenina precisamente en la letra escrita. Por supuesto que para ello es necesaria la lengua madre, esa lengua que aprenden desde muy pequeñas y se convierte en vehículo para la expresión, por un lado de lo personal y por otro, de lo generacional. Están allí presentes tres mujeres muy distintas que responden a proyectos de vida diferentes y a momentos históricos de nuestros país también diferentes: la mujer tradicional esposa y madre que protege a su familia, cuida el orden de la casa que le reprocha a la hija la militancia; la mujer que prioriza el compromiso político con la sociedad en la que vive y la mujer que a partir de las experiencias de las anteriores edifica un proyecto personal plagado de búsquedas, en el que no parece haber mucho espacio para otros.
La urdimbre de la trama se hilvana con las voces que se leen en las cartas, en especial la voz de la abuela y con un silencio: el de la madre. La memoria se reconstruye, especialmente, a partir de la voz de la abuela, y en menor medida por la de los hermanos de la madre, el padre de Julieta, algún compañero de militancia una vez reestablecida la democracia, la misma Julieta niña, entre otros. Paradójicamente, la mujer que tiene voz para luchar y denunciar en el pasado, es silenciada ahora, enmudece; el encierro -casi un exilio interior- la obliga a callar. Julieta siente por momentos que las cartas son “vectores que van hacia su madre” pero le falta la voz de ella para completar esta historia, para responder a la gran cantidad de interrogantes que la asedian.
La experiencia de lectura de Julieta se asemeja a la propuesta por Barthes en Escribir la lectura cuando señala que leemos levantando la vista, irreverentemente, haciendo todas las interrupciones que sean necesarias para poder construir otro texto, para poder escribir el texto de nuestra lectura. Esto es lo que hace Julieta con la correspondencia legada, se cuestiona y cuestiona a la madre, en especial; al padre; a los abuelos. Se pregunta cómo hubiera sido su vida si se hubieran tomado algunas decisiones que habrían cambiado sustancialmente el curso de los acontecimientos. Entabla diálogos con otros textos: los que está investigando en el Instituto de lit Románica en Alemania, se descubre aplicando las teorías a la lectura que está haciendo sobre las cartas de la madre. Reconoce que, aunque le duela, debe “hundirse en ese torbellino de palabras. No se libera uno de las cosas evitándolas, hay que atravesarlas” (144) y sabe que está comenzando a ser otra a partir de este viaje a la intimidad de los recuerdos.
Resuenan ecos de otros textos como ya dijimos, se escucha permanentemente la voz de Doris Lessing, la de sus personajes. Porque el tema que moviliza a Julieta es la escritura de mujeres y aparece en una analogía muy fuerte entre el proyecto de investigación que sostiene en el extranjero y sus propios recorridos: “No sabe qué preguntas busca responder viviendo en Alemania para estudiar la obra de una inglesa que vivió, más que en Inglaterra, en Persia y en Rodhesia.”. En esa búsqueda parece oficiar de referente.
Tenemos que mencionar, además, el intertexto con Manuel Puig que se presiente en la modalidad de las cartas escritas en cualquier superficie, breves y extensas, improvisadas y elaboradas; cartas que a la vez que omiten las respuestas nos dibujan al destinatario de tal forma que no podemos dejar de reconocerlo dentro ellas.
Y aquí, me gustaría resaltar el valor artesanal de la escritura de cartas que tenemos en esta obra. En una época en la que ya casi no se escriben cartas con papel y lápiz o lapicera, me parece muy oportuna la decisión de Maria Teresa de rescatar esta modalidad de escritura. Insisto en el intertexto con las novelas de Puig, pensando en esas cartas que recuperan las voces populares, que registran las marcas de oralidad, que son vitales por lo cotidiano que expresan.
Como señala Ricardo Piglia “somos lo que leemos” y agregaría somos lo que escribimos, al menos, esto es muy válido para estas mujeres con las que nos encontramos en Lengua Madre
Para cerrar me gustaría agregar que Lengua Madre
Es la historia de una huida; la historia de un ocultamiento- el de Julia, en su exilio patagónico-; es, fundamnetalmente, la historia de un regreso- el de Julieta-y es, por tanto, la historia de un reencuentro: consigo misma, con su madre, con su abuela y, a la vez, con su país y con la historia reciente que coincide casi con la de su vida. Una historia hecha con fragmentos, si se quiere hilvanada, una sutura hecha de olvidos y recuerdos, de rencores y de aceptaciones.
Esta novela es, en suma, una invitación a la lectura, a repensar el lugar que ocupa la lectura en nuestras vidas: cómo nos leemos y cómo nos leen los otros; pero, indefectiblemente, es una invitación a la escritura en tiempos de tanto aluvión tecnológico, de tantas escrituras novedosas. Insisto, es una puerta que se nos abre para recuperar el valor de la escritura cotidiana, familiar pero a la vez intimista. ¡La invitación está hecha!